Departamento de Bioquímica

María Teresa Miras (Carballiño (Orense), 1948-Madrid, 2021)

El módulo B de la Facultad de Medicina de la UAM. Vivencias de M. Teresa Miras 1978-1982

Era por mayo de 1978 cuando aprobé unas oposiciones a Profesor Titular Numerario de Bioquímica. Por aquel entonces salían una serie de plazas y los que aprobaban la oposición a nivel nacional, tenían que ir preguntando por las diferentes universidades, que habían puesto sus plazas a concurso oposición, para saber si serian aceptados o no. Tuve una suerte infinita, el propio Profesor Sols me contactó directamente y me preguntó si me gustaría ir a su departamento. « Don Alberto que sí, que estoy encantada, cuanto honor…», fue mi respuesta inmediata.

Me incorporé al Departamento de Bioquímica e Instituto de Enzimología de la Facultad de Medicina de la UAM el día 1 de Octubre de 1978. La facultad estaba construida en terrazas y nuestro modulo era el B. Me llamó poderosamente la atención que la parte correspondiente a los aularios no tenía ventanas y la luz artificial estaba conectada todo el día. Después me enteré que la maqueta arquitectónica había sido tomada de una de Uppsala en Suecia, lo que daba explicación a mi extrañeza

Bajé los escalones por un pasillo cubierto y con mucho verdor en los bordes. Como soy una maniática de las plantas recuerdo que había unas frondosas salvias, empleadas desde la antigüedad para los tratamientos intestinales -Soy farmacéutica, con deformación profesional-. Al entrar en la zona de laboratorios y despachos, quedaban separando los módulos unos cuadriláteros de tierra, algunos cuidadosamente transformados en huertos.

Entré por la puerta del módulo B2-y al final del pasillo estaba el despacho del profesor Sols, celosamente controlado por Renée, su secretaria. Eficiente, organizada, educada, cariñosa y cartesiana en el más estricto sentido de la palabra, pues era francesa, me pareció una persona excepcional y creo sinceramente que el afecto y aprecio era mutuo. Por fin, estaba ya en el despacho del Profesor Sols. Me recibió con todo el cariño, era un hombre generoso, con gran sentido del humor, capaz de analizar la ciencia en clave de evolución y que intuía, por esa razón, lo que tendría un valor intemporal y lo que estaría sometido a la moda del momento. Como primer acto de cortesía, fuimos a saludar al Decano de la Facultad a la sazón el Profesor Segovia de Arana, bien conocido por sus esfuerzos en mejorar los Hospitales de la Seguridad Social e instalar la especialización médica a través de los MIR. Después de un efusivo saludo entre ambos, el Sr. Decano se dirigió a mi muy amablemente y me dijo: « Así que es Vd. la chica del Dr. Sols, espero que se encuentre Vd. muy a gusto en esta nueva Facultad…». Pasé por alto lo de «chica» y visto en la lejanía no sé si me sentó bien o mal…pero lo recuerdo, así que sin duda, me sorprendió.

De vuelta al módulo B- fui siendo presentada a todos los que ocupaban los compartimentos B2- del piso 2- y más tarde los del B1 bajando las escaleras. Gertrudis de la Fuente, fue sin duda impactante, trabajadora infatigable, haciendo una gran labor de conexión entre la enzimología y la expresión de diversos isoenzimas en patologías dispares, con todos los médicos con inquietudes de los Hospitales de la Paz y del Ramón y Cajal, que eran los más próximos. Se volcó después en el síndrome de los aceites tóxicos, originados en un fraude con aceites de colza desnaturalizados y que afectaron a tantos ciudadanos con economías modestas. Como anécdota añadir que tenía, junto con Trini, la bibliotecaria y amiga, un par de cactus en las ventanas donde daba el sol y a los que suplementaba con sales de metales varios para conseguir que adquirieran pigmentaciones de colores específicos. Me fui antes de saber si aquellos ensayos llegaron a buen fin.

En la zona B2, estaba también mi buena amiga Rosa Sagarra, con quien colaboré durante los cuatro años que allí pasé. También estaba Juan Emilio Feliu recién llegado de Bélgica y Juan José Aragón que volvió un poco más tarde de Estados Unidos, José González Castaño y Pedro Lazo se fueron más tarde, y los últimos en llegar a hacer su tesis fueron, procedentes de Valencia Lisardo Bosca y de Madrid Amelia Nieto, Francisco Vara, Ana Millaruelo, Marina Mogena, más tarde Pedro Rotllan, y alguno más que quizás no recuerde. Es de destacar que Sols acogía a todos los jóvenes científicos, que hacían la mili en Madrid, por aquel entonces algo obligatorio, siendo su laboratorio el crisol de todos los acentos, multicultural, y muy alejado del pensamiento único.

Foto Miras 2006
Foto Miras 2013

En el laboratorio de investigación, había un pequeño aparte, un despachito en miniatura, donde Sols pensaba y se refugiaba de la asfixiante burocracia, que le molestaba muchísimo. Su puerta estaba siempre abierta, lo mismo que los cajones de su mesa en los que guardaba en una primorosa caja las excelsas galletas de nata que le preparaba su esposa, Angelines.

El elevado número de investigadores obligaba a una estricta distribución del uso de los espectrofotómetros y, claro está, que a algunos les tocaba a horas muy tardías o intempestivas. A esas horas, con la cafetería cerrada, y la bajada de glucosa haciendo mella, todos visitábamos la caja de galletas de Angelines. Sols, pacientemente, se la llevaba a casa para rellenarla. No obstante alguna vez, hablando seriamente, Sols decía « no comprendo como no estoy más gordo con la cantidad de galletas que tomo…» La verdad Don Alberto es que lo comprendía Vd. de sobra, pero le encantaba la situación.

La parte de abajo, el B1, era donde estaban los grupos de investigadores del consejo, que formaban el núcleo del Instituto de Enzimología. El grupo de Antonio Sillero y su esposa Maria Antonia Günther Sillero, trabajando en los nucleótidos de artemia salina. El grupo de Carlos Gancedo y Juana Maria Sempere, que desentrañaban las levaduras más rebeldes. Los grupos de Rosario Lagunas, Pilar Llorente, Jesús Sebastian, Angel Pestaña, Roberto Marco y el malogrado Carlos Asensio, quien dibujaba de modo excepcional, con mucho acierto e ironía científica. En mi memoria quedó grabado un dibujo dedicado a Gertrudis de la Fuente, que ella guardaba como un tesoro. Está Gertrudis haciendo de colector de fracciones «humano» con una leyenda al pie: «Y además, al mismo tiempo, canta, fuma, te critica lo que estás haciendo y sonríe. Sin olvidar que sale más barato». No otros tiempos pasados fueron mejores, solamente éramos más jóvenes. Otro de los dibujos científicos era la explicación del mecanismo de acción del virus lisogénico, que podría sonrojar a algún neófito. Me pregunto si algún día sería posible recuperar esos auténticos tesoros, seguramente dispersos.

Después de este paseo por las plantas de arriba y de abajo, señalar que a mí me instalaron en el laboratorio B-24, que daba a los pasillos de acceso. Las ventanas muy amplias daban al pequeño cuadrilátero donde crecían las coles de uno de los conserjes. Era un ex guardia civil al que como a muchos otros cumplida la edad reglamentaria de servicio los colocaban en puestos de cuidado y vigilancia de edificios públicos. Era pelirrojo, gallego, y muy educado, recuerdo que una vez que yo entraba a horas tardías en la facultad, otro de sus compañeros me pidió, con toda razón, identificarme para pasar, sin pensarlo dos veces rápidamente dijo: No, no es necesario la profesora es de número.

El B-24 tenía dos partes una el laboratorio propiamente dicho y antes una sala grande, me imagino que pensada para hacer preparaciones para los alumnos de prácticas. El caso es que allí se tomaba café y algún que otro condumio traído por los investigadores de sus variados pueblos. La verdad es que las pilas estaban siempre atascadas y ni el clorhídrico, ni el sulfúrico, ni la sosa ni el amoníaco eran capaces de dar cuenta de los posibles elementos de obstrucción. Lo peor era que en muchas ocasiones se utilizaron para vaciar el contenido de viales de centello para medir la radioactividad y otros productos… Eso fue en 1978 y alguno de los años posteriores…. Pasado el tiempo, después de estar en la Catedra de Murcia cuatro años y estando de vuelta en la Catedra de Bioquímica de la Universidad Complutense de Madrid en 1986, por casualidad me enteré de la razón de tales atascos… Al parecer, como los presupuestos de ejecución fueron ajustados, las cañerías del B-24 no daban a la red general pues quedaba lejos y se enviaron directamente a regar las coles de mi paisano. La verdad es que la cosecha de berzas era hermosísima y alguno de mis compañeros pensó que eran palmeras pequeñas. Me pregunto cuántas cosas sin explicación aparente pueden ser tan simples.

Siempre quedé agradecida a aquel ambiente del Departamento de Bioquímica de la Facultad de Medicina de la UAM, creado por todas sus gentes, en donde lo que de verdad interesaba era construir el mundo de la ciencia. Incluso en medio de episodios dolorosos y trágicos de todos conocidos, a los que tampoco fuimos ajenos.